“Tienes errores..., ¡y qué errores!”
No te asustes, ni te desanimes, al descubrir que tienes
errores..., ¡y qué errores! –Lucha para arrancarlos. Y, mientras luches,
convéncete de que es bueno que sientas todas esas debilidades, porque,
si no, serías un soberbio: y la soberbia aparta de Dios (Forja, 181).
¡Jesús, si los que nos reunimos en tu Amor fuéramos
perseverantes! ¡Si lográsemos traducir en obras esos anhelos que Tú
mismo despiertas en nuestras almas! Preguntaos con mucha frecuencia: yo,
¿para qué estoy en la tierra? Y así procuraréis el perfecto acabamiento
-lleno de caridad- de las tareas que emprendáis cada jornada y el
cuidado de las cosas pequeñas. Nos fijaremos en el ejemplo de los
santos: personas como nosotros, de carne y hueso, con flaquezas y
debilidades, que supieron vencer y vencerse por amor de Dios;
consideraremos su conducta y -como las abejas, que destilan de cada flor
el néctar más precioso- aprovecharemos de sus luchas. Vosotros y yo
aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean
-nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría...-, y no nos
detendremos demasiado en sus defectos; sólo cuando resulte
imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna. (Amigos de Dios, 20)