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Mostrando entradas de septiembre 17, 2011

“A vuestro corazón ha llegado el Reino de Dios”

¿Por qué no pruebas a convertir en servicio de Dios tu vida entera: el trabajo y el descanso, el llanto y la sonrisa? –Puedes..., ¡y debes! (Forja, 679) No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento...: la frivolidad, en una palabra. Y la frivolidad -no lo olvides- que te hace tener esos planes de cada día tan vacíos ("tan llenos de vacío"), si no reaccionas a tiempo -no mañana: ¡ahora!-, hará de tu vida un pelele muerto e inútil. (Camino, 17) Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social. (Surco, 302) Como Cristo pasó haciendo el bien (Act X, 38) por todos los caminos de Palestina, vosotros en los caminos humanos de la familia, de la sociedad ci

“¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad”

Quien oculta a su Director una tentación, tiene un secreto a medias con el demonio. -Se ha hecho amigo del enemigo. (Surco, 323) Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor. Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado -deformado- de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso enc

“Constancia, que nada te desconcierte”

El desaliento es enemigo de tu perseverancia. -Si no luchas contra el desaliento, llegarás al pesimismo, primero, y a la tibieza, después. -Sé optimista. (Camino, 988) Constancia, que nada desconcierte. -Te hace falta. Pídela al Señor y haz lo que puedas por obtenerla: porque es un gran medio para que no te separes del fecundo camino que has emprendido. (Camino, 990) No puedes "subir". -No es extraño: ¡aquella caída!... Persevera y "subirás". -Recuerda lo que dice un autor espiritual: tu pobre alma es pájaro, que todavía lleva pegadas con barro sus alas. Hacen falta soles de cielo y esfuerzos personales, pequeños y constantes, para arrancar esas inclinaciones, esas imaginaciones, ese decaimiento: ese barro pegadizo de tus alas. Y te verás libre. -Si perseveras, "subirás". (Camino, 991) Da gracias a Dios, que te ayudó, y gózate en tu victoria. -¡Qué alegría más honda, esa que siente tu alma, después de haber corresp

“Dios ama al que da con alegría”

¡Sufres! –Pues, mira: “El” no tiene el Corazón más pequeño que el nuestro. –¿Sufres? Conviene. (Camino, 230) Te advierto que las grandes penitencias son compatibles también con las caídas aparatosas, provocadas por la soberbia. En cambio, con ese deseo continuo de agradar a Dios en las pequeñas batallas personales -como sonreír cuando no se tienen ganas: yo os aseguro, además, que en ocasiones resulta más costosa una sonrisa que una hora de cilicio-, es difícil dar pábulo al orgullo, a la ridícula ingenuidad de considerarnos héroes notables: nos veremos como un niño que apenas alcanza a ofrecer a su padre naderías, pero que son recibidas con inmenso gozo. Luego, ¿un cristiano ha de ser siempre mortificado? Sí, pero por amor. (…) Quizá hasta estos momentos no nos habíamos sentido urgidos a seguir tan de cerca los pasos de Cristo. Quizá no nos habíamos percatado de que podemos unir a su sacrificio reparador nuestras pequeñas renuncias: por nuestros pecados, por los pecados de los hom

“El trabajo, un signo del amor de Dios”

Te está ayudando mucho –me dices– este pensamiento: desde los primeros cristianos, ¿cuántos comerciantes se habrán hecho santos? Y quieres demostrar que también ahora resulta posible... –El Señor no te abandonará en este empeño. (Surco, 490) Lo que he enseñado siempre –desde hace cuarenta años– es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales –a manifestar su dimensión divina– y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio