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Mostrando entradas de junio 30, 2013

San Pedro y San Pablo, apóstoles

          ¡Animo! Tú... puedes. -¿Ves lo que hizo la gracia de Dios con aquel Pedro dormilón, negador y cobarde..., con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz? (Camino, 483) Le dice Pedro: ¡Señor!, ¿Tú lavarme a mí los pies? Respondió Jesús: lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo entenderás después. Insiste Pedro: jamás me lavarás Tú los pies a mí. Replicó Jesús: si yo no te lavare, no tendrás parte conmigo. Se rinde Simón Pedro: Señor, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza. Ante la llamada a un entregamiento total, completo, sin vacilaciones, muchas veces oponemos una falsa modestia, como la de Pedro... ¡Ojalá fuéramos también hombres de corazón, como el Apóstol!: Pedro no permite a nadie amar más que él a Jesús. Ese amor lleva a reaccionar así: ¡aquí estoy!, ¡lávame manos, cabeza, pies!, ¡purifícame del todo!, que yo quiero entregarme a Ti sin reservas. (Surco, 266) "Carga sobre mí la solicitud por todas las ig

“Cuéntale todo lo que te pasa”

          ¿Quieres amar a la Virgen? Pues, ¡trátala! ¿Cómo? Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! ¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... (Prólogo al Santo Rosario) ¡Cuánto crecerían en nosotros las virtudes sobrenaturales, si lográsemos tratar de verdad a María, que es Madre Nuestra! Que no nos importe repetirle durante el día -con el corazón, sin necesidad de palabras- pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que -por un santo pudor que Ella entiende y aprueba- no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta. Te aconsejo -para terminar- que hagas, si no lo has hecho todavía, tu experiencia particular del amor materno de María. No basta saber que Ella es Madre, considerarla de este modo, h