“No nos debe sobrar el tiempo, ni un segundo”
Te has consolado con la idea de que la vida es un gastarse,
un quemarla en el servicio de Dios. –Así, gastándonos íntegramente por
El, vendrá la liberación de la muerte, que nos traerá la posesión de la
Vida. (Surco, 883)
No nos debe sobrar el tiempo, ni un segundo: y no exagero.
Trabajo hay; el mundo es grande y son millones las almas que no han oído
aún con claridad la doctrina de Cristo. Me dirijo a cada uno de
vosotros. Si te sobra tiempo, recapacita un poco: es muy posible que
vivas metido en la tibieza; o que, sobrenaturalmente hablando, seas un
tullido. No te mueves, estás parado, estéril, sin desarrollar todo el
bien que deberías comunicar a los que se encuentran a tu lado, en tu
ambiente, en tu trabajo, en tu familia.
Pensemos valientemente en nuestra vida. ¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar, de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz. (Amigos de Dios, 41-42)
Pensemos valientemente en nuestra vida. ¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar, de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz. (Amigos de Dios, 41-42)