Qué estupenda es la eficacia de la Sagrada Eucaristía, en la acción –y antes en el espíritu– de las personas que la reciben con frecuencia y piadosamente. (Forja, 303) Si aquellos hombres, por un trozo de pan –aun cuando el milagro de la multiplicación sea muy grande–, se entusiasman y te aclaman, ¿qué deberemos hacer nosotros por los muchos dones que nos has concedido, y especialmente porque te nos entregas sin reserva en la Eucaristía? (Forja, 304) Niño bueno: los amadores de la tierra ¡cómo besan las flores, la carta, el recuerdo del que aman!... –Y tú, ¿podrás olvidarte alguna vez de que le tienes siempre a tu lado... ¡a Él!? –¿Te olvidarás... de que le puedes comer? (Forja, 305) Asoma muchas veces la cabeza al oratorio, para decirle a Jesús: ...me abandono en tus brazos. –Deja a sus pies lo que tienes: ¡tus miserias! –De este modo, a pesar de la turbamulta de cosas que llevas detrás de ti, nunca me perderás la paz. (Forja, 306)